Hacer una sensibilización en un colegio era una actividad que llevaba haciendo varios años en la organización en la
que colaboro habitualmente.
Hablar de pobreza, de alternativas, de derechos, justicia social… casi siempre en secundaria y tímidamente en primaria,
muchas veces sin llegar a profundizar demasiado en las causas de esa desigualdad entre el Norte y el Sur que hiciese
a los escolares entender algo nuevo, más allá del concepto “en el mundo hay ricos y pobres”.
Dentro del curso de experto “Visiones para el desarrollo, alternativas y herramientas para la transformación social”
organizado por la Cátedra de Cooperación de la UCo, debíamos realizar un trabajo fin de curso con alguna organización
de entre las que nos proponían. Escogí SETEM (aunque realmente no conocía todo su trabajo) porque durante mi
etapa universitaria vi varios carteles del curso que realizaban sobre “Educación para el Desarrollo”; siempre me
animaba a apuntarme y luego nunca terminaba haciéndolo.
La invitación que hacía SETEM estaba muy en la línea con lo que yo pensaba que podría ser una propuesta
transformadora, una acción directa de educación para el desarrollo en varios colegios contando el cuento “Andaluna
en los Andes” hablando a los niños sobre la importancia del respeto, la diversidad cultural, la justicia y conceptos sobre
agroecología y consumo responsable mediante la producción de quinoa y kañihua.
Cuando leí el cuento tuve la sensación de que Andaluna llega al Perú con muchas ideas preconcebidas sobre lo que
significaba estar en el Sur y que regresaba totalmente transformada al empaparse de la realidad, investigar y
sensibilizarse; justo el proceso que persigue la educación para el desarrollo. ¿Y si esta niña de 9 años era realmente
un fiel reflejo de los niños de su edad de nuestra ciudad? ¿Cuáles eran las ideas que tiene un niño de 9-10 años sobre
Latinoamérica? ¿Están influidas agravando la idea de un Sur analfabeto y pobre dependiente de un Norte poderoso?
De esta manera surge la idea de hacer un pequeño estudio mediante una encuesta sobre qué piensan los niños sobre
Latinoamérica y ver si el cuento de Andaluna en los Andes, les transforma y modifica.
La encuesta recogía muchísimas ideas, casi todas las que se cuentan en cada página de la historia de Andaluna:
geografía, acceso a la educación primaria, acceso al agua, trabajo, vivienda, consumo de alimentos, comercio justo…
Y, también, tenían que escoger qué palabras definían según ellos a Latinoamérica.
La sesión comenzaría realizando la encuesta, posteriormente el cuentacuentos y finalmente, una sensibilización con
varios pilares: el romper estereotipos sobre el Sur y el entender qué es el comercio justo y qué tiene que ver con
nuestras vidas.
Una semana más tarde, los profesores volverían a pasar la misma encuesta que se pasó al principio para ver si alguna
idea había cambiado o no.
El desarrollo de la sesión en los colegios fue espectacular, comenzábamos viendo imágenes sobre la ciudad de Puno
respecto a un barrio de España (todos los niños pensaban que el barrio español correspondía a Perú porque “veían
casas viejas y con poco asfalto”), proseguíamos hablando de las plantas de la Isla de los Uros en el lago Titicaca,
sorprendiéndose de que países como Holanda estuvieran comprando ese material para sus construcciones. “El Sur
exporta tecnología”, se sorprendían. Comenzábamos a romper estereotipos.
La quinoa quizás era una planta menos conocida para muchos, pero explicar el comercio justo con el café y el cacao
fue fácil. Tras ver un mapa los países que exportan cacao y café una niña detuvo la sesión: “No entiendo seño, si sólo
se produce en los países del Sur una cosa que usamos todos los días y varias veces (refiriéndose al café que tomaban
sus papás) ¿por qué son pobres? ¡Solo lo tienen ellos!” los niños razonaban una de las principales causas de la pobreza
y se indignaban al entenderlo.
Entre mil anécdotas terminaban las sesiones probando galletas de comercio justo con quinoa y viendo qué era un
aguayo y cómo el transportar a los niños en la espalda incrementaba el vínculo entre la mamá y el pequeño.
Ya de por sí, la hora compartida en clase había sido una riqueza, pero había que analizar la encuesta y ver si realmente
Andaluna los transformaba realmente.
La primera pregunta, sobre la ubicación geográfica de Latinoamérica ya me hizo pensar: no por el hecho de que
acertasen o no donde estaba sino porque la mitad de los que fallaban la ubicación de Sudamérica, la confundían con
África: los niños tenían claro que la pobreza tiene un componente geográfico: un Sur. Un sur que aparece en la
televisión y del que cuentan que los niños se mueren de hambre y en el que todo es oscuridad.
Las siguientes preguntas también fueron un mazazo, las palabras más repetidas por los niños para describir a
Latinoamérica fueron: pobreza, necesitan dinero, selva, chabolas y guerra (todas las palabras tenían su antónimo: no
necesitan dinero, tecnología, viven en paz, iguales a nosotros, felicidad… aunque no fueron escogidas).
Solo el 13% pensaba que los niños podían ir a la escuela primaria (frente al dato de la UNESCO del 94% de acceso a
educación primaria en Latinoamérica y Caribe), el idioma más hablado el inglés y el francés… y eso del comercio justo
era desconocido para el 60%.
Sin embargo, la palabra que más se incrementó entre las opciones escogidas en la encuesta después del cuento fue:
iguales a nosotros (en un 53%). No fueron muchos niños los que escogieron esta palabra entre sus 5 opciones (solo 21
de 100) pero fue la que más votos subió respecto a la encuesta inicial.
Hubo más aspectos positivos en la encuesta después del cuento: respecto a la pregunta ¿dónde suelen trabajar las
familias?, un 15% de los niños respondió “no tienen trabajo” y respecto a la pregunta ¿de dónde obtienen sus
productos para comer? Un 17% respondió “no tienen comida”. En la encuesta tras el cuento estas respuestas
desaparecieron.
Las evaluaciones fueron muy interesantes también, apareciendo muchas veces “estoy contenta porque ahora sé que
tienen comida porque la producen”, “me gusta la alternativa del comercio justo”, “me indigna que no nos cuenten
nunca que hay desarrollo”.
Y lo que pretendía que fuese una sesión transformadora, me transformó a mí: eso es realmente la educación para el
desarrollo. No es que después de una hora de cuentacuentos todos los niños cambien sus ideas sino que, al menos 20
de esos 100, hayan roto sus prejuicios y se conviertan en individuos más críticos y de esa forma socialmente más
comprometida.
No obstante, el 76% de los escolares respondió que el tema trabajado (diversidad cultural, comercio justo frente al
comercio tradicional…) tenía poco/nada que ver con sus vidas por lo que aún nos queda mucho camino como agentes
transformadores de una sociedad más justa y solidaria.
Andaluna es un recurso que transforma a los pequeños y a los mayores.
Elena Díaz Crespo
No hay comentarios:
Publicar un comentario