viernes, 19 de octubre de 2018

“Na nankedan txaimaki, manawe benadan. Hadan usankeskaki na maianudan” “El color verde es esperanza, perdón y reconciliación. Es la sonrisa de la tierra” (Lengua Hunikuin)


A lo largo de todo este tiempo, la gente de “NOPOKI” me pregunta:
¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy aquí? ¿Y por qué tan lejos?
Preguntas que aparentemente tienen fácil respuesta y que a la hora de contestar me limito a la superficialidad de estas, sin entrar en lo que verdaderamente me lleva a realizar una cooperación de tal magnitud. Estas preguntas han despertado mi curiosidad, por ello, me las he lanzado a mí misma de forma que pueda encontrar una respuesta bien argumentada, consistente y a la altura.
Mucho antes de saber si tendría la oportunidad de participar en este proyecto, me consideraba una persona con inquietudes, con ganas de aprender y sobre todo con entusiasmo e ilusión por conocer lugares nuevos y personas maravillosas.
Justo en este momento pienso en mi familia. Pienso en los inicios de mi madre como maestra fuera de nuestra querida Córdoba, pienso en mi padre y la cantidad de horas que le ha dedicado al volante de nuestro coche, y pienso en mis compañeros de viaje, mis hermanos. Todos los años empezábamos una vida nueva, conocíamos nuevos lugares y personas, y con todo ello, aprendimos lo que significa tener una gran familia. Esa es la verdadera razón de por qué estoy aquí. Mi familia me ha forjado así y por eso vivo la vida de forma intensa, como si fuera a acabar hoy mismo.
Perú me ha abierto una puerta para acércame a aquello que me gusta, con lo que disfruto y en definitiva con lo que soy. Perú me ha abierto la puerta a una nueva vida y con ello, a interiorizar aspectos de todas las formas y colores posibles.
La labor que realiza una persona voluntaria no es la de querer cambiar realidades, no es extrapolar leyes ni conocimientos. La labor que realiza una persona voluntaria; es ir más allá de lo conocido, es preocuparse por observar y entender la cultura, hacer ejercicios muy grandes de comprensión, desvincularse por un tiempo de su ego y querer formar parte del contexto.
Ahora quiero ser honesta con mis palabras, y deciros que todo este camino no es color de rosa, hay muchas espinas de por medio.
Recuerdo una dinámica que hicimos en los talleres de preparación a nuestro destino, donde debíamos de exponer de forma personal aquellos miedos y oportunidades que teníamos de cara a nuestra experiencia. En cuanto a oportunidades redacté una lista infinita, sin embargo, mi miedo era solo uno, “las serpientes”. Ya contaba con una experiencia previa de cooperación, y “más o menos” podía hacerme una idea de cómo es el funcionamiento, lo que no sabía es que me estaba equivocando por completo. Sin querer estaba proyectando una experiencia vivida con otra que no tiene que ver en absoluto, de eso me di cuenta nada más pisar la selva.
Me bajé del coche y me senté en un “rebate” del Vicariato de San Ramón. Estaba muy asustada, no lo voy a negar, pero de mi misma. Estaba asustada porque mi cabeza no paraba de juzgarme. Ahí sentí miedo. Empecé a cuestionarme mis valores como persona, mis opiniones, mi ideología, mi forma de ver la vida, mi lucha… sentía que me fallaba a mí misma y creedme, esto me mataba por dentro. Sin más, intenté asimilarlo todo y pensé:
Marina, no te preocupes. Cuando aterrices en Madrid, la primera persona que va a abrazarte vas a ser tu misma. Va a ser esa Marina que despediste hace unos meses y te querrá más que nunca.
Casi en el ecuador de mi experiencia me he dado cuenta, que esa Marina venía conmigo y era mi principal miedo, algo así como la conciencia.
Son muchos los momentos que tengo para dedicármelos, y donde antes veía negatividad, ahora encuentro riqueza y positividad. Mi idiosincrasia sigue estando ahí, con la diferencia, que poco a poco va adquiriendo más solidez a la vez que plasticidad.
Cada día que pasa, intento analizar todo lo que he hecho, todo lo que he dicho, todo lo que he enseñado y, lo que es mas importante, todo lo que he aprendido. Mi lucha sigue siendo la misma y si cabe, ahora con más motivos y razones. Creo en la igualdad y la justicia y creo en la humanidad de las personas.
Hace unas semanas, exponía una conclusión de cómo se ha tergiversado la historia y, aprovechando la fecha en que estamos, necesito y quiero recuperar dicha reflexión, con la pretensión de compartir algo que es realmente cierto.
El 12 de octubre en España, es un día importante ¿Verdad? Es el día en que salimos a las calles con orgullo y entusiasmo para celebrar nuestra identidad, para celebrar lo que somos, para sentir la unidad patria… ¡Qué pena! ¡Qué manera más fácil de engañarnos!
América no fue descubierta por nadie, ya estaba ahí. En esa inmensidad virgen, vivían muchos pueblos diferentes, con una riqueza cultural infinita y con unas formas de vida propias. Tenían sus diversas lenguas, grandes conocimientos en medicina natural y un desarrollo particular y muy bello de las artesanías originarias. Se trataba por tanto de formas de vida diferentes a las nuestras y… eso es ilógico ¿No? Desembarcamos en esta tierra, nos apropiamos del territorio y aplicamos nuestras formas de vida. Les despojamos de sus identidades, transformamos sus realidades y si encontrábamos resistencia, el precio a pagar era muy caro. Desvalijamos, rompimos, saqueamos, quemamos, abusamos, violamos, robamos, matamos… cometimos el mayor genocidio de la historia y ¿De verdad sentimos orgullo? ¿De verdad es una fecha para recordar? ¡Me aterran nuestras fiestas nacionales!
Me quedo mucho más tranquila exponiendo todos estos hechos, de forma que empecemos a tener conciencia histórica. Podéis estar de acuerdo o no con mi argumento, pero a veces es necesario un jarro de agua fría para despertar y comenzar un ejercicio de “concientización”.
En realidad, el 12 de octubre, es el día de la Resistencia Indígena. El día en que con mucha valentía debemos recordar lo que ocurrió verdaderamente; un día que celebra el respeto, el perdón, los valores y la unidad.
Cada mañana al levantarme, me siento en casa. Siento que formo parte del mundo.
A veces aprovecho la calidez de esta tierra y cierro los ojos. Cuando el sol choca con mi rostro veo todo de colores verdes, es más, puedo describir el olor del color. Entonces es cuando aprendes que tus manos se enraízan con la “Pachamama” porque se convierten en tierra. Aprendes que ir descalza significa valor y respeto por la vida. Aprendes que en el corazón te cabe más de lo que imaginas. Aprendes a reconciliarte contigo misma…
Ahora sé quién será la primera persona que abrazaré a mi vuelta, estoy segura de que me querrá más que nunca. Lleva el nombre de una flor. Ella es Rosa, mi madre.
¡En mia ikuai, nukun en na bubedan! ¡Hawaida min hayanuna na txanidan! (Lengua Hunikuin)
¡Un gran abrazo, familia! ¡Pronto tendréis noticias mías!

viernes, 5 de octubre de 2018

“Atiri ñeirori iroshankane imatiro yoikameetsatiro kipatsika asaikajetantari” “El mundo lo cambian aquellas personas que conocen su corazón” (Lengua Asháninka)


Si mal no recuerdo, hace justo siete años empecé a estudiar la carrera de Trabajo Social. Dentro de la programación académica, una de las asignaturas llamó muchísimo mi atención. Antropología Social, es de esas materias que te gustan muchísimo o que odias a más no poder, y en mi caso fue “amor a primera vista”. Hoy agradezco y valoro lo que mi profesor, Francisco Llorente Marín trasmitió tan generosamente. Por eso, en esta entrada voy a intentar mostraros las entrañas, abrir en canal los conocimientos e intentar afinar al máximo los detalles de la realidad que ahora me abraza.
Si antes de poner un pie en esta maravillosa tierra, me hubiesen preguntado acerca de la palabra identidad, ni por asomo podría describirla como ahora.
En términos generales puedo definir la palabra identidad como: el derecho de pertenecer al mundo, la libertad de quererte y el derecho a desarrollarla. Aquí entro en conflicto con aquellas teorías occidentales, donde la identidad se ha limitado a definirnos con base a la estructura social de partida, con nuestra sociedad oriunda, con nuestra estructura “civilizada” y “desarrollada” y ha dejado a un lado los valores que nos definen como personas.
Os cuento una anécdota. Es mucha la gente, que hablando conmigo, han concluido diciéndome: ¡Nunca hubiese imaginado hablar con una persona como tú! Sorprendida le respondo: ¿Cómo yo? ¿En qué sentido? -Suspiran e incapaces de mantener la mirada me responden: ¡Tan blanquita como tú, tan inteligente y de Europa! ¿Vosotros sabéis qué tan doloroso es eso? ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué nos diferenciamos constantemente? Siendo sincera, os digo que es una sensación muy triste, una sensación de completo vacío y mi cabeza no para de preguntarse por qué. Por desgracia, no tengo una barita mágica para arreglar el mundo; pero si tengo esta vía para contároslo y animaros a que cambies la percepción de las cosas, a que cambies una sociedad basada en estatus raciales y a que seáis justxs con la vida.
Hace no muchos días, tuve la oportunidad de conversar con Limber, un chico del pueblo originario Asháninka, que me contó cómo fueron tratados durante la época histórica de “la reducción de los pueblos” (1600). Después de hablar un buen rato y por mi parte intentar digerir toda la barbarie, me preguntó: Marina, ¿Sabes qué significa Asháninka? Mi mirada creo que respondió, por lo que procedió de la siguiente manera: La “A” es un prefijo plural y “Sháninka” hace referencia a persona, hermanx, gente… por tanto nosotrxs somos personas, hermanxs y gentes. Limber sonrió y me dijo: Marina, tu eres Asháninka. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no tuve nada más que decir al respecto. Ojalá estas sensaciones pudieran experimentarlas todas las personas, porque no hay nada más puro en la vida que querer a un hermanx y hacerle sentir que forma parte de ti.
Cuando hablo con vosotrxs para contaros mi experiencia, siempre encuentro palabras de aliento y de fortaleza. También me decís en muchas ocasiones lo valiente, aventurera y capaz que soy para estar en un lugar como este. Y es verdad, no os equivocáis ¿Sabéis por qué? Porque no tengo miedo a querer, no tengo miedo a aprender y no tengo miedo a conocer la vida. Todas las personas que conozco me hacen más grande y me hacen ser capaz de mirar el mundo de todos los colores posibles. Es cierto que en muchas ocasiones me planteo por qué estoy aquí, qué hago realmente en este lugar, cómo puedo ayudar con mi presencia; y en esos momentos es cuando pierdo la paciencia, me siento derrotada y me inunda la angustia. El otro día me sentía así y quise conversar con Padre Curro para que me ayudara a poner los pies en la tierra, (¡No es malo pedir ayuda cuando la necesitas!) y tras una extensa charla, muchas risas y comprensión, le dije: Padre Curro, le confieso que siempre quiero arreglar el mundo, y en lo más profundo de mi ser, soy consciente de que es imposible ¿Por qué? ¿Por qué es imposible arreglar el mundo? Él se empezó a reír con su característica risa y me respondió: Marina, arreglar el mundo es más sencillo de lo que parece, pero primero tenemos que ser felices. Si en este mundo todas las personas supieran lo que es la felicidad, el mundo se arreglaría en un momento. La felicidad no es tener “plata”, la felicidad no es tener posesiones… la felicidad es compartir, es interesarse por los demás, es querer a las personas sin perjuicio de su etnia, religión, cultura… Todo esto parece sencillo, pero la triste realidad es que no reparamos en ello. Nos importa el bienestar de la gente más cercana, pero no nos interesa el bienestar de la humanidad en su conjunto.
Puede que sea muy dura con las palabras, pero en mi propia realidad sigo viendo esos desajustes, esa superioridad clasista, esa marginación a lo “diferente”, esas ideologías que alimentan y fomentan el odio y en definitiva esa pasividad con la que dejamos de ser personas para convertirnos en máquinas alienadas.
Con todo ello, he llegado a la siguiente conclusión:
Occidente fracasó contando estas realidades, fracasó porque no contó la verdad y fracasó porque su discurso ha conseguido segregarnos y diferenciarnos como personas.
Ahora es el momento de empezar un nuevo camino, de rugir como un “otorongo”, de defender los derechos humanos, de aportar lo que podamos en función de nuestras posibilidades, de conseguir la igualdad, de no conformarnos. Es el momento de hacer cosas realmente maravillosas.
Mañana cuando os levantéis, trasmitir cariño a aquellas personas que se crucen en tu día. A tu familia, a tus compañerxs de trabajo, a la persona que te atiende en el supermercado, a la persona que te sirve un café… sonreír con todo vuestro cuerpo, y seguro que al terminar el día, sentiréis la mayor de las satisfacciones que podéis experimentar. ¿Os gustaría ser valientes? ¿Os gustaría ser aventurerxs? Pues todo eso está en vosotrxs mismxs si conseguís deshaceros de los miedos que os lo impiden.

¿Os sentís con fuerzas de cambiar el mundo? ¡¡¡YO SI!!!
¡Aparo abitsanotaantsi! ¡Korakani piyotakotajena jaoka nokanta! (Lengua Asháninka)
¡Un abrazo! ¡Pronto tendréis noticias mías!