sábado, 19 de noviembre de 2016

De vuelta en España

Saludos desde Córdoba,

Como ya algunos saben, regresé a España el día 5 de noviembre, dejando tras de mí una gran maraña de sentimientos, historias personales y vivencias difíciles de resumir y explicar. Hay cosas que simplemente quedan en el corazón.
Muchos me decían que por fin volvía a la civilización, pero realmente uno no sabe al llegar al mundo civilizado, dónde está esa civilización y a qué llamamos seres civilizados. ¿educación, valores, agua potable, electricidad, acceso a la sanidad, responsabilidad, honestidad, compromiso…? Lo externo te lo da el país, lugar y la familia donde has nacido, lo interno te lo tienes que trabajar tú. Y las etiquetas hay que empezar a quitarlas…

Como ya sabéis por Marco, las dos últimas semanas en Nopoki fueron bastantes intensas pero no pudimos subir las dos entradas al blog  ya que se rompió el wi-fi, y aunque yo intenté grabarlas en mi USB para subirlas desde España, tuve la mala suerte de que se dañó y no las he podido subir a mi vuelta. 
Por fin he podido subir las fotos de las salidas por las escuelas y por el Ucayali, una imagen vale más que mil palabras


sábado, 12 de noviembre de 2016

La Chamba (el trabajo, 5 de noviembre)



Seguimos sin wifi, y las entradas del blog se acumulan…
La Universidad de Nopoki depende en parte del trabajo que realizan los propios alumnos, como la crianza de pescado, el cultivo de la piña y el mantenimiento de las propias instalaciones. Los sábados, los estudiantes se dividen en grupos para realizar distintas tareas, de 5 a 11 de la mañana.
Este sábado me levanté al alba para desayunar en las malokas, y ver donde podía ayudar sin estorbar. Acompañe a diez chicos armados con machetes, que se subieron al remolque del tractor para salir a chambear en el campo. Pasamos la comunidad de Aerija para bajar bajo la sombra de un gran árbol lleno de mangos, que sirvieron de segundo desayuno. Luego subimos la colina por una vereda empinada para llegar a un descampado lleno de maleza con unas impresionantes vistas sobre la verde llanura del río. El trabajo consistía en limpiar el terreno de vegetación para la plantación de piña.
Los chicos se sentaron para afilar los machetes, charlando y riendo, y se esparcían para dar unos machetazos por ahí y por allá. A primera vista, la actividad parece poco productiva, pero quien concluye con eso que no se trabaja, se equivoca vergonzosamente. Es un trabajo duro, con medios pobres y bajo condiciones difíciles, pero se hace con ganas, un buen sentido de humor y mucho aguante y fuerza física. Un chico empieza a cantar: Señor, ten piedad con tu pueblo…
Me prestan un machete para intentarlo. La hierba es dura de roer, y cuesta bastante habilidad y mucha fuerza para conseguir resultados con un machete. Con cada golpe, mi machete vas teniendo un poco más efecto, aunque me gano una buena colección de ampollas en cada mano con poco resultado demostrable. Hay que tener cuidado, porque entre la maleza se esconden unas hormigas gigantes y agresivas cuyas picaduras causan un dolor intenso por al menos doce horas. Uno de los chicos atrapa una y la desarma para mostrármela. Mide al menos una pulgada.
El sol es inclemente, y nos abrasa desde un cielo celeste. La tierra negra se calienta, y con la humedad del aire, el sudor se queda pegado al cuerpo. Me estoy achicharrando como un camarón.
Entre tanto, los chicos consiguen limpiar un área de aproximadamente unos 100 por 100 metros cuadrados en solo dos horas y poco. Las ramas grandes y troncos esparcidos se van apilando para prenderles fuego. Arde como un demonio, y consigo achicharrarme los pelos del brazo, o como dicen aquí, el vello público, lo único que me faltaba por quemar.
Cuando bajo con dos chicos a ir por agua, aparece el monitor, que seguramente piensa que estamos vagueando. Trae unos sobres con polvo color magenta para hacer chicha, una bebida dulce de maíz del mismo color. Llenamos una gran cubeta con agua de manantial y se le añaden los polvos con un poco de mandarina agria que recogemos de un árbol cercano. Después de una pequeña pausa hay que seguir limpiando los troncos restantes.
A las once nos tumbamos en el remolque para emprender la retirada. Cubierto con una buena capa de polvo y humo, parezco casi tan moreno que los demás. Necesito una buena ducha y un colchón para morir en paz. Otra vez más, los chicos de Nopoki se han ganado mi más sincera admiración y respeto.
(mandado desde la parroquia)

La expedición (24 al 29 de octubre)



Este lunes íbamos a recoger a los estudiantes de prácticas en las comunidades Shipibo en el Ucayali, río abajo, con el Padre Curro y su curtido escudero Felipe, pero esa tarde tuvieron que llevar el motor de la lancha al taller. Aparentemente la procesión del Señor de los Milagros no tuvo efecto, porque dicho motor ya estaba malogrado la semana pasada, cuando íbamos a visitar las comunidades Machigankas del Urubamba, río arriba. La reparación costaba 600 soles, y en las arcas parroquiales solo quedaban 170. Gracias a la providencia, y una generosa donación anónima, se llegó a un acuerdo con el taller el martes por la noche.
La salida, prevista para las 9:00 de la mañana, se alarga hasta las dos y pico, después de un buen almuerzo en la casa parroquial y un buen regateo en el grifo (gasolinera) flotante, guardado por dos perros calcinados. La lancha de Cáritas, repleta de cajas de jabón de Madre Coraje, mide unos dos metros de ancho y casi 30 de largo, por lo que sacude bien sobre el agua. De hecho, después de 24 horas en tierra firme, todavía sentimos el vaivén.

El Ucayali es uno de los muchos tributarios del río Amazonas, y serpentea por la planicie con un cauce que cambia continuamente. Su anchura y su vasto caudal de agua color leche manchada, deja al Guadalquivir en ridículo. A ambos lados, se alza una selva majestuosa e impenetrable. Las formaciones de nubes en el cielo celeste no son menos espectaculares.






                                                 
                                                  Pinceladas del cielo sobre el Ucayali

Aunque hacemos buen tiempo, la caída del sol nos pilla en medio del río, y hay que buscar con una linterna la entrada a la cocha (antiguo cauce del río convertido en laguna) donde queda el puerto de Bolognesi. La encontramos gracias a un pequepeque (balsa con motor de palo) que va saliendo. Intentamos entrar, pero nos varamos entre las plantas acuáticas. Tenemos que volver a un puerto maderero cercano para empotrarnos en el lodo y desembarcar. En la Amazonía no existen embarcaderos, y las lanchas simplemente se apilan en cualquier orilla accesible. Ahí procuramos un mototaxi para llevarnos a la parroquia de Bolognesi, botando como canicas en el asiento. Felipe se queda en el barco para vigilar la gasolina y dormir con los zancudos.
Bolognesi parece un pueblo sacado de las películas de John Wayne, carcomido por la humedad y el moho. Cuenta con una plaza mayor de diseño (?) y poco más. Antonio, el diácono, nos recibe cordialmente en sus humildes aposentos, y nos ofrece un lugar donde dormir. Ahora hay luz, pero no hay agua, solo un bidón turbio de agua estancada. Al ver que el agua del café sale de ahí, Carmen casi se cae de la silla.
Comemos chancho (cerdo, o algo de la selva que se le parece) con el Padre Curro en un chiringuito improvisado sobre el barrizal, rodeados de perros raquíticos e insectos exóticos. Para chuparse los dedos. No hay cubiertos...
El Jueves por la mañana, cogemos un mototaxi para volver al puerto y reemplazar a Felipe vigilando la lancha. Apenas salimos del pueblo y nos cae una manta de agua antediluviana. Llegamos al puerto empapados hasta la médula, bragas, calzoncillos y mochilas incluidas, y nos refugiamos miserablemente con un puñado de hombres bajo un toldo de plástico poco fiable. Ni siquiera logramos ver la embarcación, por no hablar de Felipe. La lluvia sigue cayendo. Llevamos desde las ocho titiritando de pie, cuando sobre las tres sale Felipe de la cortina para sacar agua del barco con cubetas. Hay más agua dentro que fuera.
Ahora que ha subido el río, intentamos de nuevo entrar al puerto de Bolognesi para entregar las cajas de jabón de Madre Coraje. Desembarcamos con el lodo hasta las rodillas y caminamos hasta la parroquia. Por fin ha dejado de llover. Esa noche nos comemos la sopa de fideos, agradecidos por su calor, sin cuestionarnos su origen, mientras una rata se come las chanclas de Carmen.
A la mañana siguiente tenemos que salir temprano para llegar a Nueva Italia, así que nos comemos un buen desayuno en la casa del vecino, y luego esperamos a que Felipe llegue para comer también. Nos despedimos del Padre Curro, que se queda atrás, y zarpamos sobre las 11. Llegamos a Nueva Italia sobre las tres, y visitamos la casa de un primo de Felipe, quien nos invita a comer carachamba, un pescado jurásico con caparazón armado, tan feo como sabroso.
                                                      Carachamba, rico,rico
                                                 Horneando galletitas de Yuca, riquísimas
Una hora más tarde, llega la primera tanda de alumnos desde Tupac Amaru en pequepeque, y volvemos a la entrada de la cocha para recoger a varios más en Tumbuya, donde paramos brevemente para ver la comunidad. Vuelve a sorprender lo limpio y cuidadas que están las comunidades indígenas, en contraste con la suciedad y dejadez de los pueblos colonos.
                                                      Comunidad de Nueva Italia
En la cultura globalizada, nos falta mucho por volver a aprender en cuanto a habitabilidad y sostenibilidad. Todos los niños de la escuela nos acompañan alegremente de vuelta para despedirse de sus queridos profesores en prácticas.
Despidiendo a sus profes
Recogemos a más alumnos en la siguiente comunidad de Saguaya, donde llegamos al caer el sol. Emprendemos la marcha por una vereda resbalosa, bombardeados por zancudos, para pasar la noche en la comunidad. Nos ceden una habitación de madera, donde Felipe monta una tienda para tres, que nos la cede a los dos. Esperemos que no se entere el Padre…
Carmen enciende dos espirales y vacía el espray de fu-fu contra los mosquitos, aparte del repelente que se untó al cuerpo, lo que nos obliga evacuar el local, mareados como perdices. Pasamos calor y luego frío por la noche, y el suelo de madera nos deja tiesos como una tabla. Y eso que solo queríamos dormir. Descubro huesos en mi cuerpo que no sabía que tenía.
Felipe nos despierta al amanecer para salir pitando. Los alumnos han dormido en el barco, y han reordenado el espacio. Con un impresionante surtido de bolsas, maletas, cajas y enseres, bidones de gasolina, bombonas de gas, sacos con plátanos, aguacates y mangos, tres gallinas, una tortuga y mucha bulla, parece un bazar turco.

Entre todo eso se monta una cocina improvisada que pronto abre los apetitos con olores a chancho asado, sopa de pescado y plátano zancochado. Las gallinas también terminan en la olla.
Con las recientes lluvias ha crecido el río, que ahora arrastra toda la basura de la selva y la industria local. Hay que maniobrar la lancha entre riadas de troncos flotantes e islotes de espuma capuchino de alcantarilla. Uno de los chicos se monta en la proa como puntero para advertir de cualquier obstáculo. Sobre las once nos acercamos a Bolognesi, donde Felipe quiere parar para pasar la noche debido al peligro, pero la tripulación se amotina y continuamos el camino. A partir de ahí, se acaba milagrosamente la porquería flotante, y el río se muestra despejado y tranquilo el resto del viaje.

Tan tranquilo que aparentemente se duerme nuestro capitán, que a pesar de la inmensa anchura del río y las desesperadas señales del puntero, logra empotrar la lancha en la selva. El chico se tapa la cabeza, y desaparece con todo y proa entre la espesa vegetación. Los demás estallan en risa, mientras dos exploradores se aventuran entre las hojas con machetes para rescatarlo.


                                                          
                                                      Buscando al puntero en la jungla ;-)

Sobre las dos, hacemos la primera parada para recoger a los últimos alumnos. Todos salimos corriendo para buscarnos un hueco entre los árboles.
Finalmente desembarcamos en el puerto de Atalaya sobre las cuatro de la tarde. Cuando llegamos a Nopoki, no hay luz, ni wifi, ni agua caliente. Y Samuel, que lleva llegando una semana, todavía no ha aparecido.
los peque-peque: aún más fragiles en la anchura del río

La ruta de las escuelas (17 a 21 de octubre)



Uno de los principales objetivos de Nopoki es la formación de maestros que puedan impartir clases en castellano y sus idiomas maternos cuando regresan a sus comunidades. En su último año, los estudiantes de educación hacen unos meses de práctica en diversas comunidades. Estas suelen ser pequeñas y aisladas, pero hay también varias alrededor de Atalaya.
La semana pasada acompañamos al infatigable Padre Curro, en su visita a varias comunidades Asháninkas cercanas. El lunes visitamos las escuelas de Garzacocha, Ipaniquiari y Canuja. En la primera, la comunidad más necesitada, solo había dos aulitas de primero a sexto. Una choza de madera repleta de niños sonrientes y mirada curiosa ante los dos gringos blancos y gigantes.
A cambio de unas canciones en su lengua, el Padre Curro deleita a todos con un repertorio sobre los dedos de la mano y el amor de Dios. Siempre se nos quedará la imagen del Padre cantando con los chicos en su voz de barítono ronco, ignorando el dolor insoportable de su rodilla y manteniendo su sonrisa contagiosa. Un misionero de ejemplo, comprometido con todo corazón
Al final repartimos chochokis a diestra y siniestra (quien lo encuentre en Google se gana uno), además de material escolar donado desde Córdoba y arrastrado en nuestra famosa maleta solidaria. Sobre todo los lápices de colores iluminaron las caritas de los pequeños.
                                                              Escuela de Garzacocha
Ipaniquiari es bastante más grande y ya cuenta con carretera propia de barro, aunque hay que atravesar el campo de fútbol para llegar a ella. Que los maestros en práctica de Nopoki encajan bien allí, queda patente por la pandilla de niños que les siguen como pollitos a todas partes.
El enclave de Canuja se encuentra en un promontorio espectacular sobre el río Tambo, y cuenta también con dos aulitas, de primero y segundo en una, y de tercero a sexto en otra. De nuevo destaca el arte y amor de la enseñanza por la decoración artesanal de las aulas, con mensajes claros y sencillos en ambas lenguas.

     Padre Curro deleita a todos con un repertorio sobre los dedos de la mano y el amor de Dios


 
                                                          Canuja sobre el río Tambo
Desafortunadamente tenemos que recortar la visita porque algunos que nos acompañan no quieren perderse la comida, así que nos quedamos con el sudor puesto y las ganas del baño prometido.
Para completar la ronda, fuimos el jueves a visitar las comunidades de Aerija y Sapani, con la pick-up hasta la bola de alumnos con ganas de bañarse. Aerija se encuentra a media hora andando desde Nopoki, pero cuesta por lo menos otra media hora más atravesarla, a pesar de contar con un puñado de casas dispersas. Después de cantar la canción de los dedos en la primera aula, el Padre Curro se queda sin aliento, y le pasa la batuta a Carmen, que suda la gota gorda cantando la canción del cocodrilo y el orangután. Me mira de reojo, pero afortunadamente ya no quedan más aulas… (A pesar de ser holandés, es increíble la capacidad que tiene Marco para hacerse el sueco… CARMEN DIXI ;-)


Escuela de Aerija

Rumbo a Sapani me pongo de pie detrás de la cabina para montar el pick-up como una tabla de surf y disfrutar del exuberante paisaje selvático. Y quemarme la cara. En la siguiente escuela, nos dejan directamente solos en el aula, y le hacemos la competencia al Padre con la canción de los deditos. El Amor de Dios se queda en el aire… Ya no quedan chochokis, y Carmen sigue cantando con la esperanza de que llueva.
Después de una carrera de rally atravesando ríos y montes, llegamos al tan esperado oasis de la cascada para bañarnos. Cada uno se cambia como puede, o se tira con todo y ropa directamente al agua. Hay de todo, poza, salto, jacuzzi y peces limpiadores de piel, todo 100% natural y sin recargo. 


Salimos a regañadientes para llegar tarde al almuerzo. Y eso que había arroz con frijoles y plátano. Pero disfrutamos como enanos con una coca cola y una ensalada improvisada de palta (aguacate) y tomate con sal y limón verde.
La semana termina igual de movida que comenzó. El cumpleaños del Padre Curro se alarga desde el miércoles por la noche hasta el sábado de madrugada. Parece una boda gitana. El viernes cenamos res asada con yuca zancochada en la casa parroquial, acompañada con un buen vino en bota entre flautas y ritmos peruanos. ¿Y quien iba a pensar que Carmen bailaría unas Sevillanas con un Padre maño en la selva central de Perú...?  (Y que Marco bailaría esa noche más que en toda su vida, lambada incluida, para envidia de algunos y algunas... CARMEN DIXI ;-)

martes, 1 de noviembre de 2016

Encuentros y Avances

Muy buenas amigos y amigas, durante estas semanas, tras mi regreso del Gran Pajonal, Nopoki y la ciudad de Atalaya, han sido punto de encuentro y lugar de referencia para diversas personas, que contribuyen a la defensa del pueblo indígena. He tenido la oportunidad de compartir varios momentos con el obispo Monseñor Gerardo, poliglota, ideólogo y creador del proyecto Nopoki, apoyado por la Universidad Católica Sedes Sapientiae. Tuve la oportunidad de conocerle durante mis primeros días en San Ramón. Es adoptado por el pueblo Shipibo, con quien ha convivido más de 20 años. Gran persona, gran pensador y siempre evitando el protagonismo. Posee una concepción de la religión católica sencilla, altruista, cercana al pueblo y centrada en la acción social.

A los pocos días, llegaron representantes del pueblo Yine y autoridades del Ministerio de Cultura para la confección y edición de un Diccionario Enciclopédico Virtual en la lengua Yine, hablada por más de 3 mil personas  que habitan en las regiones de Cusco, Ucayali y Madre de Dios. En este evento colaboraron profesores y alumnos/as de la Universidad y se consiguieron muchos avances, según destacaron en el acto de clausura algunos representantes. En Perú hay reconocidas 47 lenguas oficiales indígenas u originarias, de las cuales 4 se hablan en los Andes y  44 en la Amazonía.  Según algunos estudios, se han extinguido unas 35 lenguas en los últimos 400 años y algunas están a punto de desaparecer como la lengua Kumara-Kukamiria. Las lenguas que continúan vivas han resistido a siglos de discriminación porque sus hablantes han continuado utilizando su lengua originaria en ambientes familiares y  en sus comunidades nativas. A través del uso de la propia lengua, los pueblos conservan su identidad, su cosmovisión, sus valores y sus conocimientos transmitiéndolos de generación en generación. Un grave problema social es la falta de intérpretes en el ámbito judicial, afectando el procesamiento penal de algunos nativos que desconocen el castellano.

A la siguiente semana llegaron Andrés, un sabio economista, Elizabeth, una administradora humanitaria, risueña y solidaria, y Fánel, una generosa antropóloga, quien me ha regalado alguna bibliografía indígena en esta segunda visita a Nopoki. Ellos forman parte de una Asociación para la Gestión del Agua en Cuencas. Vienen a Nopoki para impartir varios cursos sobre la conservación y cuidado del agua desde una perspectiva de gestión integral. La metodología es dinámica y participativa. No intentan imponer unos conocimientos, fáciles de olvidar, sino que el alumno/a adquiera unos conocimientos, capacidad de análisis y actitudes solidarias sobre el manejo del agua mediante el trabajo en equipo (interaprendizaje). Al final, todos se comprometen a mejorar la gestión del agua en esta zona del Perú dentro de un plazo determinado. Me quito el sombrero ante esta labor social.

Esta problemática, meritoria de reflexión, es trascendental en la vida indígena y en la sostenibilidad del planeta. He aprendido, y observado en algunas de mis salidas como la deforestación, la contaminación y degradación ambiental, las múltiples obras de infraestructuras, y la escasa respuesta política están arrasando la selva Amazónica, disminuyendo la biodiversidad e incidiendo en la calidad de vida de las personas. Esto debe ser un compromiso global.

Por último ha tenido lugar el III Encuentro de Nacionalidades Originarias de la Amazonía central del Perú en la ciudad de Atalaya. Por supuesto, ha contado con la participación y colaboración de la Universidad Índigena Nopoki. Han acudido al evento autoridades políticas, representantes de diferentes pueblos indígenas, jefes y habitantes de las comunidades nativas, alumnos/as de Nopoki y más personas vinculadas a la defensa de los pueblos originarios de la Amazonía Central del Perú. Ha sido asombroso ver la organización del evento, las intervenciones, los trabajos en equipo, la lectura del acta y el destacado carácter protocolario. Fueron muchos los temas que se trataron durante los dos días de encuentro, como la defensa territorial, la educación,  la sanidad, el cuidado del medio ambiente, la administración y control de los recursos naturales, la promoción de la economía, la invasión de grandes multinacionales petroleras y madereras, la espiritualidad de la cultura indígena, la participación política en el espacio público y la revisión del estatuto y reglamento interno de las comunidades nativas indígenas.


Mi cooperación continúa avanzando con jornadas de trabajo maratonianas. Tengo dos grupos de alumnos/as de Educación Bilingüe y de Administración de Empresa donde trabajamos la metodología de estudio. Estoy impartiendo un taller para afrontar el miedo a hablar en público a los alumnos/as de Ingeniería Agraria. Sigo asesorando en el diseño de proyectos sociales y búsqueda de financiación, asistiendo a clases de la lengua Asháninka y realizando intervenciones psicológicas individuales a los alumnos/as de Nopoki. También he ampliado mi rango de intervención a la ciudad de Atalaya. Estoy realizando valoraciones psicológicas en el único Centro de Educación Especial que existe en todo la provincia y capacitando a los profesores y otras personalidades de la delegación de educación. Continúo dirigiendo el taller de teatro y participación en la grabación de un largometraje. Y también me han asignado cariñosamente el simbólico puesto de jefe de prensa en la Universidad de Nopoki.

Mi visión del universo indígena es cada vez más amplia y mi proceso de adaptación es camaleónico. Estoy consiguiendo despojarme del relleno occidental que tanto dificulta la integración y compresión de realidades en esta zona del mundo, gracias al acogimiento y cariño que tantas personas me están ofreciendo durante estos tres meses.  Ya utilizo el pronombre “nosotros” y no “ellos” para referirme a las personas de mí alrededor.


Y al ritmo de cumbias, baladas y música criolla vuelvo a atravesar la selva para conocer la otra Lima, rodeado de buena gente, y pasear por el lujoso barrio de Miraflores, el bohemio barrio de Barranco, comprar varios libros de literatura amazónica, degustar la auténtica comida peruana con pan pan y, como no olvidarme, poder ducharme con agua caliente. Así pongo rumbo, hoy mismo, al centro de la tierra y país vecino para renovar mi visado.

Me despido al igual que lo hicieron en el III Encuentro de Nacionalidades Originarias de la Amazonía Central. Podremos cambiar de hojas pero no de raíces, podremos cambiar de opiniones pero no de principios, ¡Viva los Pueblos Indígenas! ¡Viva el Perú!