Otro día más
madrugando, a las 8 empezamos a trabajar. Aunque aquí es de día y
hace calor desde las 6 de la mañana, así que casi no cuesta. Hoy
toca ir a las casas de los chavales. Una o dos veces a la semana
visitamos a las familias del grupo con el que trabajamos,
intercambiando información que nos sea de utilidad a nosotros y
también a ellos. Cuando los ves llegar al centro en el que
trabajamos, tan contentos y tan cuidadosos con su ropa y su aspecto,
te cuesta creer en las condiciones que viven. Desafortunadamente es
un barrio de calles sin pavimentar y basura dispersa, en el que hasta
ahora no se ha empezado a instalar el servicio de aguas negras. Por
si fuera poco la delicuencia de la zona les obliga a que siempre haya
alguien en casa para que no les roben, y también por la misma razón
rodean sus pocas pertenencias de muros hechos con lo que pueden,
muchas veces con lo que encuentran en la basura. No se puede decir
que sea una vida fácil o cómoda. Según cifras de la ONU más de
1000 millones de personas en todo el mundo carecen de una vivienda
adecuada y más de 100 millones no tienen hogar. El Derecho
universal a una vivienda digna
y adecuada aparece recogido en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos en su
artículo 25, apartado 1 y en el artículo 11 del Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
Queda mucho trabajo hasta conseguir que sea una realidad. La pobreza,
y la inseguridad consecuencia de la misma, no son sólo una cuestión
de mala suerte. Éstas surgen también por decisiones de gobiernos,
empresas y organismos internacionales. No olvidemos que este tipo de
proyectos sociales, la cooperación y el voluntariado solucionan
problemas concretos, que no es poco, pero no conseguiremos cambios
estructurales sin activismo político.
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