viernes, 7 de septiembre de 2018

¡NOPOKI! ¡PRESENTE!



¡NOPOKI! ¡PRESENTE!

Con esta entrada, tengo la intención de transportaros a la que será mi experiencia de seis meses en una universidad en mitad de la selva peruana, y no cualquier universidad, sino un centro de estudios que se caracteriza por la pluralidad étnica de diferentes comunidades y culturas indígenas.
Pero quiero comenzar relatando todo el proceso hasta llegar a Nopoki.
Cuando aterricé en Lima, eran las 18:30h. Cruce esa puerta de “Llegadas” y visualicé mi nombre en un folio, ¡Era Linda! La persona que se prestó a recogerme y enseñarme Lima antes de partir a mi destino final. Linda ha sido la mejor anfitriona que una podría tener. Por las mañanas preparaba desayunos riquísimos, y siempre estaba dispuesta a enseñarme un poquito de su ciudad. Hemos compartido momentos muy especiales, además de vivencias personales. Es una persona que sorprende, porque desde primera hora te hace sentir como en casa, cuidando hasta el último de los detalles. Sinceramente, me costó despedirme de ella, porque en muy poco tiempo conectamos de maravilla. Así que, tras seis días de relax en Lima, comenzó mi viaje hasta la que ahora es mi casa.
Como siempre, Linda ya se había despertado para tener el desayuno más que listo, y yo mientras tanto ultimaba mis cosas para empezar a viajar. En un principio, partíamos a las cuatro de la mañana, pero aquí todo lleva su tiempo, por lo que la hora inicial se pospuso dos horas más tarde. Aun así, yo estaba feliz a la vez que nerviosa, por ello, empezaba el momento de preguntarme muchas cosas acerca de mi llegada. El primer trayecto duró aproximadamente doce horas, (aquí las distancias son completamente diferentes a como estamos acostumbradas en España) es entonces cuando llegamos a Satipo para descansar. Muy temprano al día siguiente, retomamos la ruta y mis nervios aumentaban cada vez más, ya que sabía que esa noche conocería Nopoki. El viaje fue una maravilla para mis ojos, la diversidad de paisajes era muy notable, además de los diferentes contrastes que hacían especial cada lugar por el que pasábamos. Comenzamos dejando atrás una gran urbe y de repente entramos en la sierra, donde pasamos por el pico más alto del Perú, Ticlo, llegando a alcanzar algo más de los 5000 metros. El mal de altura estuvo presente, pero nada que no pueda arreglar una infusión de coca y maca. Apenas llevamos varios kilómetros de sierra, cuando de repente, como de la nada, empieza a cambiar la temperatura. Un calor sofocante que, incluso abriendo las ventanas del coche, afecta aún más y, es que ¡empezamos a entrar en la selva! De repente cambia todo el paisaje, lo que antes era de colores marrones áridos, empieza a colorearse de verde y de frescura. Todo era nuevo para mí, nunca había visto tanta vegetación tan diferente y tan bonita. Además, empezaron a surgir esos llamados “choques culturales” donde en medio del camino se veían algunas comunidades selváticas. Era fascinante ver sus Cushmas (ropa originaria), Malokas (pequeñas casitas hechas con palmeras) y en definitiva una organización tan distinta pero muy especial y comunitaria. El camino cada vez pesaba más, ya que no era asfaltado y con la noche empezaba a ser peligroso. Eran numerosos los camiones que bajaban cargados de madera de árboles gigantescos, es ahí donde empiezo a darme cuenta, que es cierto lo que dicen los medios de comunicación con respecto a la situación que está viviendo el Amazonas, por lo que me preocupé y pregunté a mis compañeros de viaje acerca del tema.
Empezaba a impacientarme y cada bache se convertía en algo doloroso, hasta que, por fin, a algo menos de tres kilómetros se empiezan a ver las luces de Atalaya, el pueblo del departamento de Ucayali que acoge con cariño a Nopoki. Pero antes de llegar, era necesario hacer una importante parada para conocer al que va a ser mi guía en esta preciosa experiencia, él es el Padre Curro, un Aragonés muy majo, que me da la bienvenida con una gran sonrisa. Tras la parada, por fin llegamos a Nopoki y ahí se empezaron a activar todos mis sentidos, ya que a medida que entraba me sentía más y más entusiasmada. Bajamos del coche y ya nos esperaba una cena propia de tan largo viaje; patacones (qué cosa más rica), huevos revueltos y pan, además de un cafelito calentito que, para mi gusto, con dos hielos hubiese estado mucho mejor, porque el calor era insoportable.
Después de cenar conocí mi habitación, y comienzo toda la organización para habitarlo, pero es tal el cansancio que decido dejarlo para el día siguiente.
Ahora sí, empieza mi aventura en Nopoki y con ello el trazo de un sistema de trabajo definiendo las funciones que llevaré a cabo. No he terminado de anotar tales indicaciones, cuando Padre Curro me propone una primera aventura para conocer las comunidades y es ni más ni menos que viajar a Breu, una zona que se encuentra en el corazón del Amazonas y que limita con Brasil, yo rápidamente le digo que sí, ya que entrar en Breu es algo muy especial que no todas las personas tienen la oportunidad de hacerlo y más si se trata de llevar ayuda humanitaria; así que sin siquiera haber puesto los pies en la tierra, me dispongo a preparar el siguiente viaje.
Para llegar a Breu, tomamos un avión militar hasta Pucallpa donde pasamos varios días hasta poder coger una avioneta que nos llevara directamente, ya que no existe otra forma de poder adentrase en este territorio. Una vez llegados a Breu, el equipo se convierte en multiusos, por lo que nos convertimos en cocineras, enfermeras, auxiliares de veterinaria y un sinfín de cosas más. La realidad que allí se vive da muchas lecciones y es cuando te das cuenta de todo aquello que tienes y que no analizas su valor. Escasa alimentación, sanidad e higiene brillan por su ausencia, pero valor humano incalculable. Son varias las veces que me he emocionado, porque es una realidad que te pone el vello de punta y hace que de vez en cuando te salga una tímida lagrima de los ojos.
Tras esta gran aventura que seguro recordare toda la vida, regresamos a Atalaya en un bote por el río y es cuando logro llegar a Nopoki para empezar a coordinar las diferentes actividades que llevaré acabo con el alumnado.
Son las 7:30 de la mañana, mi día acaba de comenzar. Para lxs Asháninka, Ashéninka, Awajún, Nomatsiguenga, Matsigenka, Wampis, Hunikuin, Yanesha, Nahua, Shipibo y Yine empezó a las 5:00h de la mañana, faenando en las diferentes tareas que tienen distribuidas y es ahora cuando se disponen a ir a clase tras el desayuno.
Al principio es difícil conectar con el alumnado, aunque la cordialidad, el respeto y la simpatía es muy característico, por lo que constantemente te saludan (no sé cuántas veces al cabo del día digo buenos días, buenas tardes y buenas noches), pero eso es cuestión de dos días y rápidamente empiezan a compartir contigo y a querer conocerte.
Me gustaría hablaros un poco de Agata, una voluntaria polaca que estuvo hasta hace unos días como doctora en la posta médica. Aunque hemos estado muy poco tiempo juntas, ha sido un gran apoyo para el inicio de mi experiencia, por ello quiero darle las gracias y recordarle por esta vía que, ya tenemos prometidos unos viajes España – Polonia y viceversa.
El tiempo que llevo en Nopoki ha sido muy intenso y muy variado, donde ha habido lugar para compaginar el trabajo y el ocio, además me he dado cuenta de que es un lugar muy festivo, alegre y precioso.
Hoy, a un mes de estar aquí quiero compartir estas vivencias tan bonitas y especiales, además de dar las gracias al grupo de profesionales del ayuntamiento y de la organización que hacen posible el enriquecimiento personal de las personas.
Un abrazo trasatlántico enorme y pronto os seguiré contando sobre esta gran aventura.

























1 comentario:

  1. Hola marina espero que sigas siempre adelante con el carisma que te caracteriza exitos y que sigan los retos!!

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