sábado, 17 de noviembre de 2018

Joke! Pomena pobago! Pingemisantiro oka? Iroonti tsinanejagi! Pipogaigi otimomentosonori! ¡Ven! ¡Dame la mano! ¿Escuchas eso? ¡Son las mujeres! ¡Vienen llenas de vida! (Lengua Nomatsigenga)


Lo primero que me fijo en una persona es en sus manos.
Las manos dicen mucho, es más, casi pueden hablar. Las manos nos cuentan historias increíbles. Guardan recuerdos, amor y tristeza. También guardan alegría y muchas veces, aunque os parezca imposible, son capaces de llorar.
En realidad, no sabría deciros exactamente por qué me obsesiona este hecho, o por qué me despierta curiosidad en una persona.
Cuando conocí a la señora Mercedes era sábado. Ese día el sol pareciera que quisiera venganza con la tierra. Quemaba, sofocaba y hasta lograba quitar el aliento de la vecindad Atalaína.
La señora Mercedes o “Merche”, como es conocida, parecía impasible ante tal situación, por si no era suficiente el ardiente sol, ella estaba ahí, delante de una gran parrilla oreando el carbón para asar un riquísimo “pollo cangas”, a la vez que acomodando cada pieza en su lugar, revisando la yuca, rellenando el delicioso “ají de cocona” y la “crema de rocotto” y aun así le daba tiempo a tener el control para dirigir las funciones de lxs demás.
Todo el mundo se centraba en su faena, pero yo me permití distraerme unos minutos solo para observarla. Observar sus manos y empezar a imaginar una historia increíble, historia que empezó a contar terminada la faena y empujada por una cerveza bien “helada”. Los primeros minutos, recuerdo que no parábamos de reír, no sé si debido al calor, la cerveza o por la situación tan especial que nos rodeaba.
Después de esta graciosa manera de “romper el hielo”, me preguntó:
¿Te gusta el “maduro” asado? ¿Has probado con queso?
Yo le respondí que el plátano me gusta en todas sus formas y variedades, pero con queso, jamás se me había pasado por la cabeza. Sin importar más información, pidió a David que fuese a su casa a por queso.
¡Ya chino! Ande a mi casa ¿Ya? ¡Trae queso, que la gringa pruebe!
Tras escucharla, no pude evitar mirarla y reírme a carcajadas, Edith y Lourdes también se reían sin parar, por lo que la señora Merche se unió con una risa alborotadora y me atrevo a decir que no venía del diafragma, sino del corazón.
¡Ya gringuita! ¡Apura! ¡Te voy a enseñar el sabor de la selva!
Agarró un cuchillo, abrió en dos el maduro y le puso el queso en medio.
Algo muy simple, pero os puedo asegurar que ninguno sabrá igual de delicioso que aquel que probé de las manos de la señora Mercedes.
Así comienza esta historia.
La señora Merche es madre soltera. Tiene tres hijxs bien criadxs y con familia. He de decir que llegar a este punto, no solo le ha costado sudor y lágrimas. Ella tenía tres trabajos; el primero de seis de la mañana hasta las doce del mediodía, el segundo comprendía entre las tres de la tarde hasta las diez de la noche y el tercero, de diez y media de la noche hasta las cuatro de la madrugada. Creo que no puedo hacer ningún apunte al respecto, porque soy incapaz.
A pesar del horario, no descuidaba el más mínimo de los detalles sobre sus hijxs y sobre su casa.
Si no era suficiente lo que cargaba a su espalda día tras día, una mañana mientras se disponía a sus quehaceres diarios, recibe una noticia que se transforma en un palo al alma. Una de sus mejores amigas fallece, dejándole una herencia de dos hijas, de dos y tres años, ya que esta señora, también era madre soltera. Mercedes no tenía consuelo. Lloraba la pena de su amiga y lloraba de asfixia. Si necesitaba tres trabajos para mantener a sus hijxs, ¿Ahora qué tendría que hacer?
“Bueno, no pasa nada. Si Dios quiere que así sea, así será”.
Os aseguro que mientras escuchaba su relato, mi cuerpo se estremecía, se encogía y hasta sentía frío. Creo que se dio cuenta de mi expresión corporal y empezó a reír de nuevo, cosa que me invito participar de su alegría.
“Señorita Marina, yo tengo tres hijxs y dos hermosas hijas del espíritu santo”.
Ella continuaba riendo y yo la acompañaba, porque ¿Qué otra cosa podía hacer? En mi opinión no tenía nada que decir, simplemente seguir escuchando como hasta ahora había hecho. Es cierto que me invadían sensaciones de todo tipo, no lo niego. Por mi cabeza corrían tantas cosas que no era capaz de centrarme en dar ninguna respuesta. Analicé la situación e incluso me la puse de ejemplo como una posible intervención profesional, pero, aun así, me sentía bloqueada. Por supuesto, no es la primera ni la última mujer que depende de ella misma para sacar adelante una familia y esto si cabe, refuerza mi idea de que una mujer es suficientemente grandiosa como para salir de la peor de las situaciones que la vida le planteé. Existe la falsa creencia de necesitar una persona que complemente nuestra vida y “nos ayude”, por tanto, a sortear las situaciones más complejas, ya que el peso recaerá en partes iguales. Creedme, es falso. Las mujeres somos capaces de por si solas dar respuesta a nuestros acontecimientos vitales, y somos capaces de formar una familia sin necesidad de compañero. Es falsa la idea de que somos “abandonadas”, ya que somos completamente independientes, por tanto, es un sentimiento que interiorizamos con base a nuestra sociedad.
En la anterior publicación, os contaba como Blanquita definía y analizaba el concepto de mujer…
“Marina, una mujer lo es todo. Es infinita”.
Desde aquí me dirijo a vosotras, mis hermanas. Quiero comprender y curar vuestras heridas. Quiero trasmitiros tranquilidad y armonía. Quiero deciros que todo va a estar bien, que cojáis las riendas de vuestra vida, que todos los pasos que deis siempre vayan hacia delante, aunque queráis mirar de reojo el pasado. Quiero deciros que es nuestro momento, que hoy tenemos más fuerza que nunca y que algún día lo veremos caer…
Hoy nos damos nuestras manos, nos miramos y nos reímos sin parar. Vamos a llenarnos de vida y vamos a amarnos como compañeras.
Las manos de la señora Mercedes son de esas en las que puedes leer e interpretar tantas cosas…
Son manos cansadas de trabajar, pero llenas de vida. Son manos preciosas, aunque en ellas duermen mucho dolor. Son manos que cuando tocan convierten las cosas en amor. Manos que enseñan, quieren y son generosas. Manos que no permiten derrota alguna. Manos mágicas que alimentan. Son manos que lloran y manos que ríen con tanta fuerza que cualquier huracán estaría celoso.
Después de arrancarse las tripas y querer compartir su historia con las allí presentes, me atrevo a decir que es precioso ver a una mujer tan empoderada.
Las costumbres nos hacen débiles, las costumbres nos dejan en un segundo plano queriendo despreciarnos, las costumbres nos hieren y nos lastiman. Las costumbres se trasforman propiamente en costumbres y perpetúan los rasgos que nos definen con respecto a nuestra identidad.
Estoy segura que las manos que hoy leen este fragmento son muy especiales, sensibles y con ganas de hacer más bonita la vida.
Nabitsinagagimi okibe! Agenta pingemaje nega nakanta! (Lengua Nomatsigenga)
¡Un abrazo enorme! ¡Pronto tendréis noticias mías!

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