Lo
primero que me fijo en una persona es en sus manos.
Las
manos dicen mucho, es más, casi pueden hablar. Las manos nos cuentan historias
increíbles. Guardan recuerdos, amor y tristeza. También guardan alegría y
muchas veces, aunque os parezca imposible, son capaces de llorar.
En
realidad, no sabría deciros exactamente por qué me obsesiona este hecho, o por
qué me despierta curiosidad en una persona.
Cuando
conocí a la señora Mercedes era sábado. Ese día el sol pareciera que quisiera
venganza con la tierra. Quemaba, sofocaba y hasta lograba quitar el aliento de
la vecindad Atalaína.
La
señora Mercedes o “Merche”, como es conocida, parecía impasible ante tal
situación, por si no era suficiente el ardiente sol, ella estaba ahí, delante
de una gran parrilla oreando el carbón para asar un riquísimo “pollo cangas”, a
la vez que acomodando cada pieza en su lugar, revisando la yuca, rellenando el
delicioso “ají de cocona” y la “crema de rocotto” y aun así le daba tiempo a
tener el control para dirigir las funciones de lxs demás.
Todo
el mundo se centraba en su faena, pero yo me permití distraerme unos minutos
solo para observarla. Observar sus manos y empezar a imaginar una historia
increíble, historia que empezó a contar terminada la faena y empujada por una
cerveza bien “helada”. Los primeros minutos, recuerdo que no parábamos de reír,
no sé si debido al calor, la cerveza o por la situación tan especial que nos
rodeaba.
Después
de esta graciosa manera de “romper el hielo”, me preguntó:
¿Te
gusta el “maduro” asado? ¿Has probado con queso?
Yo
le respondí que el plátano me gusta en todas sus formas y variedades, pero con
queso, jamás se me había pasado por la cabeza. Sin importar más información,
pidió a David que fuese a su casa a por queso.
¡Ya
chino! Ande a mi casa ¿Ya? ¡Trae queso, que la gringa pruebe!
Tras
escucharla, no pude evitar mirarla y reírme a carcajadas, Edith y Lourdes
también se reían sin parar, por lo que la señora Merche se unió con una risa
alborotadora y me atrevo a decir que no venía del diafragma, sino del corazón.
¡Ya
gringuita! ¡Apura! ¡Te voy a enseñar el sabor de la selva!
Agarró
un cuchillo, abrió en dos el maduro y le puso el queso en medio.
Algo
muy simple, pero os puedo asegurar que ninguno sabrá igual de delicioso que
aquel que probé de las manos de la señora Mercedes.
Así
comienza esta historia.
La
señora Merche es madre soltera. Tiene tres hijxs bien criadxs y con familia. He
de decir que llegar a este punto, no solo le ha costado sudor y lágrimas. Ella
tenía tres trabajos; el primero de seis de la mañana hasta las doce del
mediodía, el segundo comprendía entre las tres de la tarde hasta las diez de la
noche y el tercero, de diez y media de la noche hasta las cuatro de la
madrugada. Creo que no puedo hacer ningún apunte al respecto, porque soy
incapaz.
A
pesar del horario, no descuidaba el más mínimo de los detalles sobre sus hijxs
y sobre su casa.
Si
no era suficiente lo que cargaba a su espalda día tras día, una mañana mientras
se disponía a sus quehaceres diarios, recibe una noticia que se transforma en
un palo al alma. Una de sus mejores amigas fallece, dejándole una herencia de
dos hijas, de dos y tres años, ya que esta señora, también era madre soltera.
Mercedes no tenía consuelo. Lloraba la pena de su amiga y lloraba de asfixia.
Si necesitaba tres trabajos para mantener a sus hijxs, ¿Ahora qué tendría que
hacer?
“Bueno, no pasa nada. Si Dios quiere
que así sea, así será”.
Os
aseguro que mientras escuchaba su relato, mi cuerpo se estremecía, se encogía y
hasta sentía frío. Creo que se dio cuenta de mi expresión corporal y empezó a
reír de nuevo, cosa que me invito participar de su alegría.
“Señorita Marina, yo tengo tres hijxs
y dos hermosas hijas del espíritu santo”.
Ella
continuaba riendo y yo la acompañaba, porque ¿Qué otra cosa podía hacer? En mi
opinión no tenía nada que decir, simplemente seguir escuchando como hasta ahora
había hecho. Es cierto que me invadían sensaciones de todo tipo, no lo niego.
Por mi cabeza corrían tantas cosas que no era capaz de centrarme en dar ninguna
respuesta. Analicé la situación e incluso me la puse de ejemplo como una
posible intervención profesional, pero, aun así, me sentía bloqueada. Por
supuesto, no es la primera ni la última mujer que depende de ella misma para
sacar adelante una familia y esto si cabe, refuerza mi idea de que una mujer es
suficientemente grandiosa como para salir de la peor de las situaciones que la
vida le planteé. Existe la falsa creencia de necesitar una persona que
complemente nuestra vida y “nos ayude”, por tanto, a sortear las situaciones
más complejas, ya que el peso recaerá en partes iguales. Creedme, es falso. Las
mujeres somos capaces de por si solas dar respuesta a nuestros acontecimientos
vitales, y somos capaces de formar una familia sin necesidad de compañero. Es
falsa la idea de que somos “abandonadas”, ya que somos completamente
independientes, por tanto, es un sentimiento que interiorizamos con base a
nuestra sociedad.
En
la anterior publicación, os contaba como Blanquita definía y analizaba el
concepto de mujer…
“Marina, una mujer lo es todo. Es
infinita”.
Desde
aquí me dirijo a vosotras, mis hermanas. Quiero comprender y curar vuestras
heridas. Quiero trasmitiros tranquilidad y armonía. Quiero deciros que todo va
a estar bien, que cojáis las riendas de vuestra vida, que todos los pasos que
deis siempre vayan hacia delante, aunque queráis mirar de reojo el pasado.
Quiero deciros que es nuestro momento, que hoy tenemos más fuerza que nunca y
que algún día lo veremos caer…
Hoy
nos damos nuestras manos, nos miramos y nos reímos sin parar. Vamos a llenarnos
de vida y vamos a amarnos como compañeras.
Las
manos de la señora Mercedes son de esas en las que puedes leer e interpretar
tantas cosas…
Son
manos cansadas de trabajar, pero llenas de vida. Son manos preciosas, aunque en
ellas duermen mucho dolor. Son manos que cuando tocan convierten las cosas en
amor. Manos que enseñan, quieren y son generosas. Manos que no permiten derrota
alguna. Manos mágicas que alimentan. Son manos que lloran y manos que ríen con
tanta fuerza que cualquier huracán estaría celoso.
Después
de arrancarse las tripas y querer compartir su historia con las allí presentes,
me atrevo a decir que es precioso ver a una mujer tan empoderada.
Las
costumbres nos hacen débiles, las costumbres nos dejan en un segundo plano
queriendo despreciarnos, las costumbres nos hieren y nos lastiman. Las
costumbres se trasforman propiamente en costumbres y perpetúan los rasgos que
nos definen con respecto a nuestra identidad.
Estoy
segura que las manos que hoy leen este fragmento son muy especiales, sensibles
y con ganas de hacer más bonita la vida.
Nabitsinagagimi
okibe! Agenta pingemaje nega nakanta! (Lengua Nomatsigenga)
¡Un
abrazo enorme! ¡Pronto tendréis noticias mías!
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